El texto es una especie de centón realizado a partir de fragmentos del “Hombre mediocre” de José Ingenieros, obra que data de
Ser docente implica ser un idealista, un luchador, una persona que brega por la verdadera educación de la gente. Única forma de ayudar a otras personas a mejorar la sociedad y la vida de todos. Como expresara Fernández-Balboa “La verdadera educación es un proceso en libertad, hacia la libertad, a través de la cual las personas desarrollan su dignidad y sus habilidades morales, éticas y políticas”.
Pero ¿qué es la dignidad? La dignidad es una cosa unívoca, intangible, intransmutable. Es síntesis de todas las virtudes que acercan al hombre y borran la sombra. Donde ella falta no existe el sentimiento del honor. Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos. Por lo tanto, la dignidad implica valor moral. Sin coraje no hay honor.
El que aspira a ser águila debe mira lejos y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan. El lacayo pide; el digno merece. Aquel solicita del favor lo que éste espera del mérito. Ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo no merecido. Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus virtudes. O no ascienden por ninguna.
Los secretos de la dignidad son: contentarse con lo que se tiene, restringiendo las propias necesidades. Un hombre libre no espera nada de otros, no necesita pedir. La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese precepto no es libre el avaro, ni es feliz.
Por otro lado, para concebir una perfección se requiere cierto nivel ético y es indispensable alguna educación intelectual. Sin ellos pueden tenerse fanatismos y supersticiones: ideales, jamás.
El ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección. Los ideales son formaciones naturales. Aparecen cuando el pensar alcanza tal desarrollo que la imaginación puede anticiparse a la experiencia. Pueden no ser verdades; ya que son creencias. Su fuerza estriba en sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que los creemos y son el instrumento natural de todo progreso humano.
El ideal no es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva sino de la que se le atribuye. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como idealistas y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. Todo ideal, por ser una creencia, puede contener una parte de error, o serlo totalmente; es una visión remota y, por lo tanto, expuesta a ser inexacta. Lo único malo es carecer de ideales y esclavizarse a las contingencias de la vida práctica inmediata, renunciando a la posibilidad de la perfección moral.
Los hechos son puntos de partida; los ideales son faros luminosos que de trecho en trecho alumbran la ruta. En cada momento de la peregrinación humana se advierte una fuerza que obstruye todos los senderos: la mediocridad, que es una incapacidad de ideales. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas.
Jamás fueron tibios los genios, los santos y los héroes. Para crear una partícula de Verdad, de Virtud o de Belleza, se requiere un esfuerzo original y violento contra alguna rutina o prejuicio; como para dar una lección de dignidad hay que desgoznar algún servilismo.
Por último, y retomando lo educativo, es fundamental comprender que mientras la instrucción se limita a extender las nociones que la experiencia actual considera más exactas,
Bibliografía:
FERNÁNDEZ BALBOA, J. M. (2005): “La autoevaluación como práctica promotora de la democracia y la dignidad”, en Sicilia, A. y Fernández-Balboa, J.M. (coord.) “La otra cara de la educación física: la educación física desde una perspectiva crítica”. INDE. Barcelona.
INGENIEROS, J. (2005): “El hombre mediocre”. Editorial Altamira y EDICOL. Bs. As.
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